viernes, 23 de octubre de 2020

Con mi peor enemigo

 Ramón tropezó y el suelo se convirtió en un duro lecho donde su cuerpo dolorido acabó descansando. Un golpe sordo en la cabeza apagó el sol y todo se volvió de un mismo color. 

Lentamente abrió los ojos y no reconoció el entorno que le rodeaba. La memoria se esfumó escondido entre el aire y sin una estrella polar que seguir empezó a divagar. Pronto se encontró con una silueta sin rostro que se convirtió en una fuente incesante de escalofríos en la espalda de Ramón. Cada paso que daba, la silueta lo imitaba, impidiendo que su camino fuese hacia delante. Ninguna solución se presentó ante él así que el instinto se volvió el capitán de la situación. Un fuerte empujón y una explosión de los músculos de sus piernas produjo una carrera que dejó atrás su problema. 

Paso a paso el camino de Ramón se iba fabricando. Sin nada que le resultase familiar, solo le quedaba caminar. Pronto una sombra escudó sus espaldas y de nuevo el miedo secuestró sus ojos. La silueta sin rostro se acercó a él y otra una carrera fue el origen de la distancia. Pero esta vez no consiguió escapar y el cansancio venció; sus jadeos murieron de rodillas mirando al suelo. La silueta sin rostro permaneció inmóvil a su lado. Sin poder huir, Ramón gritó su miedo al cielo; buscó algo que arrojar, pero no había nada. La solución fue una gran ausencia que Ramón suplicó, pero no apareció.

Ramón rindió sus defensas. Erguido por el poco orgullo que le quedaba miró hacia la silueta fijamente. Se percató que el pecho lo tenía mojado pero no había llovido. La silueta seguía imitando sus pensamientos. Ramón volvió a mirarlo detenidamente y observó que el temblor se había apoderado de las manos de la silueta sin rostro. El miedo había desaparecido y Ramón quiso saber más y siguió observando. Escuchó un silbido escondido que no terminaba de ubicar. Cerró los ojos y lo encontró en el pecho de la silueta sin rostro. Ramón comprendió que no podía respirar bien, que se estaba ahogando.  Un instinto protector inundó a Ramón.

 - ¿De verdad no conoces a esa silueta sin rostro? - dijo una voz que retumbaba en la cabeza de Ramón.

- No - contestó sin dejar de mirarla.

- Fíjate bien. Es la parte de ti que no quieres aceptar. 

- ¿Qué no quiero aceptar? No te entiendo. 

- Esa silueta son tus defectos y tus miedos. Todo lo que te avergüenza de ti, todo lo que eliminarías. No tiene rostro porque no lo quieres ver, le has intentado quitar su personalidad. El pecho lo tiene mojado de sus lágrimas porque no quiere existir, pero tampoco puede evitarlo. Sus manos tiemblan porque siente tu miedo, pero no dejas que lo supere. Ese silbido que oyes es la demostración de que está agonizando porque quiere formar parte de ti, pero no puede morir. Mira bien esa silueta, si ella sufre, tú también, por mucho que pretendas huir de ella. 

Ramón sintió compasión de sí mismo y abrazó a la silueta sin rostro, que se volvió efímera y desapareció entre sus brazos. 

Ramón despertó de su caída y se sintió distinto. Comprendió que no podía huir de sus errores y empezó a aceptarlos. Comprendió que forman parte de él y sólo podrá superarlos si trabajas con ellos. Comprendió que ser valiente empieza por uno mismo. Ramón empezó a ser feliz.



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