jueves, 15 de octubre de 2020

Entre los escombros

 Hacía semanas que había caído la última bomba y el miedo a pasear entre los escombros era cada vez menor. La tristeza empezó a abrirse paso ya que la mayoría habían perdido a todos los miembros de su familia. Maldiciones hacia los dueños de aquella guerra sustituyeron a las plegarias a los dioses ignorantes.

El olor cada vez se hacía más insoportable y decidieron enterrar cuerpos que empezaban a inflamarse y así evitar plagas y enfermedades. La imagen de todos los edificios derribados dinamitaba las esperanzas de todos los supervivientes.

La comida y el agua empezaron a escasear. Apenas encontraban nada entre los cascotes y los pocos animales domésticos que habían sobrevivido ya se los habían comido. La necesidad y los nervios son malos compañeros de un viaje no escogido. 

El primer asesinato no tardó en llegar. Un trozo de pan duro fue el detonante. Decidieron poner unas normas y organizarse para poder vivir mejor, ya que estaba demostrado que nadie iba a ir a ayudarles. Con fuertes sacrificios de todos y cada uno, empezaron a salir adelante. 

Un día, justo en mitad de la plaza principal, un árbol frutal empezó a abrirse hueco entre toda aquella devastación. ¿Cómo podía nacer vida y abrirse camino entre todo aquel desastre? Aquel nacimiento tan débil provocó una oleada de optimismo entre los habitantes que empezaron a organizar su vida alrededor de aquel árbol.

El tiempo pasó y las dificultades se iban convirtiendo en cenizas y desapareciendo. La ciudad volvió a levantarse no sin esfuerzo, pero mucho más mejorada. Y en el centro de la plaza principal un árbol se erguía como símbolo del resurgimiento.

Moraleja: cuando más derrotado estés, cuando tú mundo haya caído y no veas más que escombro, busca una señal que te dé esperanza y te haga volver a surgir siendo mejor que antes. Pues una gran caída es el comienzo de un gran cambio.



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